sábado, 29 de marzo de 2014

3ª Estación. BAJO EL PESO DE LA CRUZ JESÚS CAE Y DA CON SU BOCA EN TIERRA



¡Decidme quién me besó
con unos labios de fuego...!
Muchas veces he sentido
el ósculo del invierno.

Sus labios -copos de nieve-
al caer blancos y lentos
me visten con la pureza
de los glaciares eternos: 
 son un bautismo de gracia
que me renueva por dentro.


Al llegar la primavera
florida por los oteros,
la fecundidad despierta
en mis ateridos senos.

Con sus rojas amapolas
¡cómo me cubre de besos
y cascabeles de espigas
y música de jilgueros!

Pero nunca conocí
un beso como este beso:
¡si me ha dejado más blanca
que los altos ventisqueros
y me ha vuelto más fecunda
que los jardines del cielo!


Decidme quién me besó
con unos labios de fuego.
¡Qué dulce, cuando el estío
con sus labios de aguacero
deja el cauce de mis trenzas
constelado con sus besos,
y mis arenas febriles
ungidas de refrigerio!

¡Qué triste el beso de otoño,
cuando, al impulso del viento,
besa con sus hojas secas
la planta de mis senderos
y me deja en la garganta
sabor a muerte y a duelo!

Pero nunca conocí un beso
como este beso:
tan lleno de suavidades,
de tristeza y de misterio...


Eternos labios heridos,
divinos labios de fuego
que, quemando, purifican
y sirven de refrigerio;


labios de Cristo,
caído en el camino tremendo,
¿a la Tierra, vuestra esclava,
así la tratáis, a besos...?

¡Oh labios, yo no soy digna,
pero... besadme de nuevo!

-Romancero de la vía dolorosa-

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