jueves, 17 de abril de 2014

14ª Estación. EL CUERPO DE JESÚS ES DEPOSITADO EN EL SEPULCRO



Niña que llevas al pecho
siete puñales clavados,
Madre que vas a sembrar
a Dios bajo los granados:
ya vienen los sembradores,
con la semilla, llorando;
ya traen el cuerpo de Cristo
blanco sobre el lino blanco.

¡Señora, yo no quisiera
ni mirarte, ni mirarlo!

Tú me lo entregaste niño
como manojo de nardos;
yo te lo devuelvo muerto
como racimo pisado. 



Trae mucha noche en las venas
y mucha nieve en los labios.

Se le congeló la vida
en el Corazón quebrado...

¡Señora, yo no quisiera
ni mirarte, ni mirarlo!

Ven y deshoja
la última flor de tu beso
en sus labios
y deja que lo sembremos
en este surco de llanto.

Quien sabe si ya mañana
cosechemos el milagro
de que retoñen
los dulces latidos
en su costado!

¿Si es un augurio de espigas
la muerte de cada grano,
si está la resurrección
bajo la tumba esperando,
por qué sembrar a los muertos
resultará tan amargo?

¡Qué diluvio de silencio
se vació sobre los campos....
La soledad, con sus aguas,
cubrió los montes más altos!

Niña que llevas al pecho
siete puñales clavados:
bajo el sepulcro,
dejaste tu corazón, olvidado...

¿Por qué florece el silencio
con un inaudito cántico?
¿Y quién se pone a cantar
cuando los hombres lloramos?


¡Señora, los muertos cantan,
los muertos están cantando!
Entre las sombras agitan
el címbalo de sus manos:
que también para los muertos
llegó el Domingo de Ramos.


Ya va el Señor descendiendo
por caminos subterráneos:
de todos los cementerios
sube un clamor a su paso
mientras se impregna de vida la tierra,
con su contacto.

Un soplo de primavera
sacude los huesos áridos
y retrocede la Muerte
entre las tumbas aullando.


¿En dónde está tu victoria,
oh Muerte de dedos pálidos?
Ya van bajo los cipreses
las siemprevivas brotando...

Madrecita que sembraste
a Dios bajo los granados:
sobre el surco de tus lágrimas
han florecido los cánticos;
mañana, cuando el lucero del alba
bese tus párpados,
la tierra dará su fruto inmortal y perfumado...

Entonces, cierra tus ojos;
entonces, abre tus labios
para que bebas el vino
del Hijo resucitado. 


Romancero de la vía dolorosa

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