Todo este tiempo se me
ha vuelto motivo de entrega, de espera, de confianza. Estoy haciendo
propia, como nunca antes, la interpelante y
fascinante clave del discipulado que nos da Jesús: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a
sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.
Es tiempo de profundas renuncias. Renuncias extremadamente dolorosas y
difíciles. Renuncias que desgarran el corazón y ponen al límite mi humanidad. Nunca
pensé que amar fuese tan doloroso. Y a la vez una extraña tranquilidad humedece
las grietas del desierto y da esperanza de Eternidad a aquello a lo que no le encuentro
sentido y que duele, duele mucho.
Jamás creí que decirle a algo que sí implicara tanto “noes”, y a la
vez no encuentro otra manera más hermosa de vivir que entregándome de manera
absoluta y total en las manos del Padre. Confiar. Confiar como jamás lo hice. Amar
confiando. Rezar confiando.
Tengo la certeza de que hay algo oculto en estas sendas misteriosas que
recorro. “Sus modos son extraños, pero tan perfectos”. Es necesario que Jesús
purifique mi débil y pobre amor humano para llegar a entregarme plenamente a Su
Amor, de la manera que sea.
Veo el camino recorrido que me condujo al ahora. Estoy convencida de
que estoy donde debo estar. Mi corazón está dispuesto a pisar fuerte sobre las
huellas de Jesús. Aún cuando el miedo y la duda me hagan temblar y me paralicen,
seguiré caminando, buscando con sinceridad, discerniendo… Tengo un motivo, un rostro concreto.
Y eso, aunque duela y piche como nada, ¡es muy bonito!.
Renunciar a mí misma, para ganar algo más grande… Descentrarme, para que Jesús sea siempre mi centro.
Contemplo
la Cruz, no dejo de contemplarla. Pongo mi corazón de barro a sus pies.
Lo ofrezco. Paradójicamente, cuanto
mayor es la carga, más ligera se vuelve. Cristo no engaña. Su carga es
ligera. Él conduce, no deja de hacerlo. Confío plenamente en mi Amado. Sé que algo está
gestando. Algo que trasciende la realidad visible, pero que el alma, sutilmente, llega a percibir. Tengo fe en Su Misterio.
Busco la Voluntad de mi Dios... para encontrarla (o dejarme encontrar por ella!) y poder rendirme por completo, sin condiciones, ante Él.
Jesús, al pedirnos que lo sigamos, se vio obligado a darnos la fuerza para hacerlo. Confio. Espero. Rezo a gritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Bienvenido! Sentite en casa.